Isabel se bajó del coche
antes de que se detuviera. Su compañero, Miguel, había detenido bruscamente el
vehículo policial delante de la vivienda donde habían localizado a Ahmed. Éste
salía del portal y al escuchar el chirriar de las ruedas al frenar se dio la
vuelta, sobresaltado.
Isabel sacó la pistola. Sabía que era un delincuente muy
peligroso, tenían que actuar con precaución. Se encaró al árabe que le miraba
fijamente. Miguel rodeó el coche y se acercó desde un lateral.
-
No te muevas, levanta las
manos.
Ahmed retrocedió despacio. Vestía un pantalón vaquero
ancho y llevaba una gruesa chamarra impermeable, a pesar de que la temperatura
primaveral era muy agradable. Pero para quien se ha criado en Ceuta la
temperatura de Madrid siempre le parece fresca.
Miguel se acercó apuntándole a la cabeza. Isabel le tenía
controlado.
-
Levanta las manos despacio y
ponlas sobre tu cabeza. Date la vuelta y arrodíllate.
Ahmed levantó las manos, obedeciendo, sin quitar ojo a
los dos policías que le apuntaban con sus armas. Empezó a murmurar algo en voz
baja.
La gente se empezó a acercar curiosa por lo que estaba
pasando. En aquel barrio de la capital las redadas y detenciones motivadas por
la droga y la delincuencia eran relativamente frecuentes. Pero no por ello dejaba
de ser un espectáculo.
El barrio estaba poblado mayoritariamente por
inmigrantes, y entre ellos, los marroquíes y argelinos suponían un porcentaje
muy importante. Algunos de ellos empezaron a increpar a los dos policías que
apuntaban con sus armas a su compañero.
La calle había quedado cortada por el vehículo policial,
que ocupaba cruzado los dos carriles. Tenía las puertas abiertas, y la sirena
interior lanzaba sus destellos azules. Detrás había parado una furgoneta de
reparto, que empezó a hacer sonar la bocina en señal de protesta.
De los comercios de alrededor salía gente que se
arremolinaba en la calle. La situación se estaba poniendo tensa. Si no le
detenían rápidamente y se lo llevaban de allí, tendrían problemas.
Ahmed seguía murmurando algo en voz baja, mientras
levantaba las manos por encima de la cabeza. Se estaba envalentonando, por lo
que se imponía solucionar aquello. Miguel se acercó al sospechoso, cuyo
murmullo empezaba a ser audible.
Guardó su arma mientras sacaba las esposas. Con Isabel
apuntándole a la cabeza, la situación parecía controlada. El murmullo se había
convertido en un grito monótono.
-
Allāhu Akbar, Allāhu Akbar, ALLĀHU
AKBAR
Miguel le cogió para ponerle las esposas, notó cómo
debajo de la manga, por la muñeca le bajaba un cable. Ahmed se le encaró,
mirándole fijamente. Fue tan sólo un segundo.
-
Allāhu Akbar
Isabel pudo ver un pequeño mando en su mano que accionó.
Se escuchó un pequeño click y de repente quedó cegada por un impresionante
resplandor. Sintió cómo volaba por encima del coche policial hasta estrellarse
contra la acera al otro lado de la calle.
La explosión se llevó por delante a Miguel. La onda
expansiva llenó de cristales la calle. Sobre Isabel cayeron fragmentos desde
las ventanas. Estaba aturdida. Sólo escuchaba el ruido de las alarmas de todos
los negocios de la calle que habían saltado por la explosión.
Un hombre barbudo con la cara ensangrentada se agachó
delante de ella. Se la quedó mirando mientras empezó a gritar y a agitar las
manos, pidiendo ayuda. La tumbó sobre el suelo y se quitó la chaqueta que
llevaba, poniéndosela debajo de la cabeza para intentar ponerla cómoda.
-
Estese tranquila, señorita,
enseguida llegarán las ambulancias. ¿Tiene frío? ¿Quiere que la tape? – tenía un
fuerte acento árabe.
-
¿Miguel? ¿Mi compañero?
¿Cómo está mi compañero? – Isabel se intentó incorporar, pero le dolía mucho la
espalda por el golpe.
-
No se levante, su compañero…
no ha podido ser, lo ser.
Isabel se derrumbó. Se tocó la cara, estaba húmeda de
sangre. Se tocó el pecho. Llevaba aún puesto el chaleco antibalas.
Recorriéndolo con las manos sintió trozos de metralla clavados en él. Le había
salvado la vida, pero su compañero estaba demasiado cerca de la explosión, era
imposible que hubiera sobrevivido.
Aquello no se lo esperaba. Ahmed era un delincuente, nunca
hubiera sospechado que se trataba de un terrorista y menos aún suicida. No era
su perfil. No entendía qué era lo que había pasado.
Con la mirada buscó su pistola, que la había perdido en
la explosión. Entonces se dio cuenta de la magnitud de lo ocurrido. La mayor
parte de los coches tenían los cristales rotos, así como las viviendas de
alrededor hasta una altura de 4 pisos.
Había gente herida por el suelo y otra que intentaba
ayudar. A pesar de que el hombre que la había ayudado a tumbarse le negaba con
la cabeza, se puso de pie. Se sintió algo mareada, pero apoyándose en un coche
se pudo incorporar entre los cristales que jalonaban la acera.
Vio el lugar de la explosión. En la pared de atrás había
una inmensa mancha negra de la explosión y roja de sangre. Aquel amasijo de
carne que salpicaba el muro era Miguel.